Kohell: La reunión
La Convención de Filósofos se vio deslucida por importantes ausencias.
Sócrates no pudo asistir a causa de una indigestión. Los allegados de Platón lo disculparon contando que se había quedado dando vueltas a alguna idea. Zenón de Elea habría asistido encantado, pero la invitación se demoró inexplicablemente por el camino, y aun hoy no le ha llegado. La de Heráclito, por el el contrario, llegó enseguida, pero ya se había cambiado de domicilio.
San Agustín se había fracturado un tobillo por tres sitios al tropezar en un hoyo que alguien había hecho en las playas de Hipona. Lutero estaba de reformas.
William James alegó una molesta anacronía, aunque esta excusa fue recibida con escepticismo, entre otros, por Bertrand Russell. Éste fue a la postre una de las estrellas de la reunión, e hizo buenas migas y compartió mesa y mantel -el ineludible té con pastas- con el señor Dogson, que había acudido, como es habitual, acompañado por la señorita Liddell, a la que flanqueaban a su vez dos orondos gemelos, los cuales protagonizaron un incómodo altercado con el señor Einstein, empeñado en utilizarlos para un experimento.
A las ausencias mencionadas hay que sumar la muy singular del señor Gödel, uno de los invitados de honor, que sin embargo había condicionado su asistencia a la confirmación por parte de todos los invitados.
Sócrates no pudo asistir a causa de una indigestión. Los allegados de Platón lo disculparon contando que se había quedado dando vueltas a alguna idea. Zenón de Elea habría asistido encantado, pero la invitación se demoró inexplicablemente por el camino, y aun hoy no le ha llegado. La de Heráclito, por el el contrario, llegó enseguida, pero ya se había cambiado de domicilio.
San Agustín se había fracturado un tobillo por tres sitios al tropezar en un hoyo que alguien había hecho en las playas de Hipona. Lutero estaba de reformas.
William James alegó una molesta anacronía, aunque esta excusa fue recibida con escepticismo, entre otros, por Bertrand Russell. Éste fue a la postre una de las estrellas de la reunión, e hizo buenas migas y compartió mesa y mantel -el ineludible té con pastas- con el señor Dogson, que había acudido, como es habitual, acompañado por la señorita Liddell, a la que flanqueaban a su vez dos orondos gemelos, los cuales protagonizaron un incómodo altercado con el señor Einstein, empeñado en utilizarlos para un experimento.
A las ausencias mencionadas hay que sumar la muy singular del señor Gödel, uno de los invitados de honor, que sin embargo había condicionado su asistencia a la confirmación por parte de todos los invitados.
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