Kohell: Cuando recibas
"Te dejo. No te lo tomes como algo personal. No eres tú, soy yo. Te mereces a alguien que te valore, que te sepa apreciar..."
... Y así seguía la carta. Una carta con todos los tópicos, una carta horrible. Ella estudiaba en otra ciudad, y aun tardaría en recibirla. Por eso se vio obligado a disimular, cuando ella llamó por teléfono esa noche, a seguir las bromas, a decir "y yo a tí".
Y la noche siguiente. Y la otra. Maldijo a Correos, y éste pareció vengarse con mayores retrasos. Cuando ella volvió por las vacaciones navideñas, él fue a recibirla a la estación, y siguió disimulando. Era un cobarde, nunca sería capaz de decirle lo que había sido capaz de escribir, bien lo sabía. Y aquellas vacaciones prometían ser un tormento.
Pero no lo fueron. La cercanía hizo otra vez el milagro, su cuerpo le traicionaba con todos los pequeños gestos de los amantes, y volvió a hacerse a la idea de que estaban juntos. Y la idea le gustaba. Entonces empezó a temer que cuando ella volviese a los estudios, la carta estuviera esperándola. La despidió en Enero con un nudo en la garganta, pero esa noche ella llamó para decir que había llegado bien, que el sustituto del profesor de Derecho Natural era un imbécil, que ya le echaba de menos.
Vivió durante unas semanas más soportando la incertidumbre y la culpabilidad del criminal, y poco a poco su aprensión cedió, y empezó a aceptar la idea de que esa carta nunca llegaría, de que el mal funcionamiento del Servicio Nacional de Correos y Telégrafos le había salvado de su propia estupidez.
En el décimo aniversario de su boda, ella le dio la carta, guardada con mimo tantos años, como regalo.
... Y así seguía la carta. Una carta con todos los tópicos, una carta horrible. Ella estudiaba en otra ciudad, y aun tardaría en recibirla. Por eso se vio obligado a disimular, cuando ella llamó por teléfono esa noche, a seguir las bromas, a decir "y yo a tí".
Y la noche siguiente. Y la otra. Maldijo a Correos, y éste pareció vengarse con mayores retrasos. Cuando ella volvió por las vacaciones navideñas, él fue a recibirla a la estación, y siguió disimulando. Era un cobarde, nunca sería capaz de decirle lo que había sido capaz de escribir, bien lo sabía. Y aquellas vacaciones prometían ser un tormento.
Pero no lo fueron. La cercanía hizo otra vez el milagro, su cuerpo le traicionaba con todos los pequeños gestos de los amantes, y volvió a hacerse a la idea de que estaban juntos. Y la idea le gustaba. Entonces empezó a temer que cuando ella volviese a los estudios, la carta estuviera esperándola. La despidió en Enero con un nudo en la garganta, pero esa noche ella llamó para decir que había llegado bien, que el sustituto del profesor de Derecho Natural era un imbécil, que ya le echaba de menos.
Vivió durante unas semanas más soportando la incertidumbre y la culpabilidad del criminal, y poco a poco su aprensión cedió, y empezó a aceptar la idea de que esa carta nunca llegaría, de que el mal funcionamiento del Servicio Nacional de Correos y Telégrafos le había salvado de su propia estupidez.
En el décimo aniversario de su boda, ella le dio la carta, guardada con mimo tantos años, como regalo.
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