Saturday, March 11, 2006

Ignacio: El retorno de Alcmène

Ya había pasado la época de arriesgarse, yendo y viniendo del presente al pasado, al futuro. Un maduro profesor Alcmène utilizaba ahora su máquina, sobre todo, para experimentos automáticos, para viajes sin piloto con rutas programadas y todo tipo de instrumentos haciendo mediciones.

Le era muy útil para esas labores otro invento suyo: el Torno de Alcmène, un tambor giratorio programable, una evolución sumamente compleja y versátil de los rodillos dentudos que marcan las melodías de las cajas de música. Había desarrollado el mecanismo ya en los inicios de su carrera de inventor, cuando pensaba que el viaje en el tiempo podía ser peligroso, hasta mortal, para un pasajero humano. Pero unas décadas antes, los metales raros, el germanio, el francio, necesarios para componer el Torno, eran escasos y demasiado caros. Y el Torno se desgastaba, rápida, inevitablemente, con el uso.

En los años posteriores a la Guerra el precio de los materiales se redujo notablemente. Un acomodado Alcmène se vio con la posibilidad de fabricar y usar muchos tornos, y reponerlos a un coste razonable. Fue casi el fin de sus viajes por el tiempo. Un perfeccionamiento del diseño le permitió, además, usar un torno muchas más veces antes de su deterioro.

O eso pensaba él. De repente, notó que los tornos perfeccionados presentaban, de nuevo, una tasa de desgaste inexplicablemente alta. Además, observó que, por algún extraño efecto, que se preguntaba si era un efecto secundario de los repetidos viajes temporales, los tornos que resultaban estar averiados, sufrían una involución de diseño, volvían a ser como los tornos primitivos que usara en sus primeros años.

Entonces lo recordó todo. Esa noche abrió de súbito la puerta del laboratorio, y se encontró a sí mismo, más joven, más fresco, más atrevido, sustituyendo disimuladamente los tornos nuevecitos por tornos viejos, hechos polvo, del año de la polca, y nunca mejor dicho, tornos agotados que disimulaban su desgaste con una buena limpia y una oportuna capa de purpurina.

-¿Pero no te da vergüenza?, ¡¡aprovechado!! - le gritó a su otro yo, mientras éste huía con su presa, a través de la máquina del tiempo, hacia el pasado.

-¿De qué te quejas? ¡Tú también lo hiciste! ¡Cínico!

Cínico no, se dijo, desmemoriado por la edad. La simple precaución de un cerrojo nuevo hubiera evitado este latrocinio, que ni siquiera entonces estaban precisamente los tornos baratos. Al viejo Alcmène se le hizo evidente que los viajeros del tiempo que olvidan su historia están condenados a repetirla.

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