Doctor Slump: Dislocación
Rodolfo no se encontraba a gusto en su propia piel, y ansiaba escaparse, sin saber adónde ni por qué. No, tampoco era eso; no quería ser otro... sino que creía ser otro... o debía ser otro. Ah, era un caso realmente curioso el de Rodolfo, siempre dislocado, fuera de lugar, echando de menos lo que no había conocido, intuyendo una vida distinta a la que pertenecía con más derecho que a la que verdadera.
Rodolfo era una persona leal, estable, conservadora y práctica, pero él se sabía decidido, emprendedor, competitivo y valiente. No es que sintiese esos impulsos, no es que refrenase su carácter natural; él era como era, no había engaño, y sin embargo no podía dejar de pensar que estaba traicionando a su verdadero yo. Cómo lo sabía, jamás pudo explicarlo.
Sentado en el jardín de su mansión se quejaba de su trabajo. No era feliz como directivo de banca. Por favor, sí que era feliz; es sólo que a veces notaba que tenía que haber sido ingeniero.
Incluso su esposa no era quien debía ser. Se entendían perfectamente, hasta podría decirse que aún se amaban después de tanto tiempo juntos. Y ése era el problema: no deberían entenderse, no estaban hechos el uno para el otro. ¡Habían encajado cuando no era lo natural! Como ocurre a veces con los puzzles mal montados pese a su apariencia.
¡Pobre Rodolfo! Paciente, cariñoso y de buen carácter, querría ser obstinado, impulsivo, y en ocasiones temerario.
La víspera de cumplir los cuarenta su madre le visitó. Le regaló una chaqueta de pana y tomaron café. Al caer la tarde le dio un beso y se despidió.
- Feliz cumpleaños, hijo.
- No es hasta mañana, mamá. Aún faltan unas horas.
- Bueno, en realidad es hoy el día, Rudy. Nacer, naciste el 20, pero por un problema de papeleo se te apuntó en el Registro el 21.
Y de pronto Rodolfo entendió todo, esa desazón continua, ese querer ser quien no era. Su vida había sido un engaño, un tremendo error, una incongruencia. ¡Pues había vivido la vida de un Tauro, y él era Aries!
Rodolfo era una persona leal, estable, conservadora y práctica, pero él se sabía decidido, emprendedor, competitivo y valiente. No es que sintiese esos impulsos, no es que refrenase su carácter natural; él era como era, no había engaño, y sin embargo no podía dejar de pensar que estaba traicionando a su verdadero yo. Cómo lo sabía, jamás pudo explicarlo.
Sentado en el jardín de su mansión se quejaba de su trabajo. No era feliz como directivo de banca. Por favor, sí que era feliz; es sólo que a veces notaba que tenía que haber sido ingeniero.
Incluso su esposa no era quien debía ser. Se entendían perfectamente, hasta podría decirse que aún se amaban después de tanto tiempo juntos. Y ése era el problema: no deberían entenderse, no estaban hechos el uno para el otro. ¡Habían encajado cuando no era lo natural! Como ocurre a veces con los puzzles mal montados pese a su apariencia.
¡Pobre Rodolfo! Paciente, cariñoso y de buen carácter, querría ser obstinado, impulsivo, y en ocasiones temerario.
La víspera de cumplir los cuarenta su madre le visitó. Le regaló una chaqueta de pana y tomaron café. Al caer la tarde le dio un beso y se despidió.
- Feliz cumpleaños, hijo.
- No es hasta mañana, mamá. Aún faltan unas horas.
- Bueno, en realidad es hoy el día, Rudy. Nacer, naciste el 20, pero por un problema de papeleo se te apuntó en el Registro el 21.
Y de pronto Rodolfo entendió todo, esa desazón continua, ese querer ser quien no era. Su vida había sido un engaño, un tremendo error, una incongruencia. ¡Pues había vivido la vida de un Tauro, y él era Aries!
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