Saturday, March 11, 2006

Doctor Slump: El destino

A veces deseamos algo con tanta energía que al destino no lo queda otra alternativa que ceder. Ésa es la única explicación posible para su suerte: ante él está desnuda, perfecta como una criatura soñada, su diosa. Si supiese dibujar y pudiese llevar al papel el cuerpo de la mujer ideal, coincidiría línea a línea con el de esta joven; y ahora va a ser suya. No es posible tanta dicha; se pellizca mentalmente para convencerse de que está despierto.

De todos modos, no se engaña: si ella es perfecta, él es un perfecto mediocre, y si esta noche están juntos no es por sus méritos. La chica de nombre aún desconocido ha sufrido un gran desengaño amoroso (¿quién podría rechazarla?, se asombra); un cóctel de llanto, desesperación, alcohol y drogas la han traído a él, rota, indefensa. No está orgulloso, sabe que se está aprovechando de su fragilidad; sabe también que las horas de placer que vendrán no tendrán continuidad, que es ahora o nunca, y le ciega el deseo.

No dice ni una palabra, no tendría sentido, y empieza a desnudarse. No, no se engaña, pero fantasea. Aunque él no significa nada para ella, que es sólo un momento de transición (pues la mujer está en pleno tránsito), fantasea con que todo ha sido deliberado, que la joven le ha buscado, que no sólo el azar les ha juntado. Se imagina, y se consuela al hacerlo, que ella le conocía y que sabía que acabaría la noche con él, que sabía, justo antes de mezclar el whisky y las pastillas, que él era forense.

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