R. M.: La hembra
La hembra de Rusty no alcanzaba a comprender el motivo de que su macho, sin dar explicación alguna, desapareciese todas las mañanas. Un día le siguió, pero Rusty se dio cuenta y la amenazó con el puño en alto. No volvió a seguirle, pero para ella siempre fueron un misterio esas idas y venidas.
La hembra era muy apetitosa para otros machos, y ella, aunque nunca aceptó seriamente otras relaciones, se dejaba mimar, lo que era un fastidio para Rusty, quién debía andar a la greña espantando a la competencia, por lo que ideó un plan que puso en práctica.
Un medio día, al regreso de la oficina, apareció en la tribu llevando en una mano un gran pistolón, un Colt automático que había cogido de uno de los cajones del cazador blanco. Los monos, machos y hembras, miraban curiosos aquel objeto desconocido que Rusty llevaba, y éste, una vez rodeado por la gran curiosidad despertada, levantó la mano en la que portaba la pistola, y apuntando al cielo descargó el cargador entero. Al sonar los disparos, que retumbaban con mucha fuerza en la selva, los monos se asustaron tanto, que mientras las hembras se agachaban protegiéndose la cabeza con los brazos, los machos huyeron despavoridos. Uno de los disparos acertó de pleno en un pobre guacamayo que se encontraba situado en lo más alto de un árbol y cayó redondo al suelo, herido de muerte, y entonces, los monos que vieron caer al pájaro, no dudaron de que éste se había muerto del susto.
Rusty, una vez cumplida su misión, devolvió la pistola al día siguiente, pero el cazador blanco ya se había dado cuenta de que la pistola no estaba en el cajón donde él la había guardado. Tan pronto Rusty llegó a la oficina, el cazador le acusó de ladrón. Rusty movía su cabeza hacia uno y otro lado mientras gritaba: ¡Uh, Uh, Uh! gritos que significaban que negaba la acusación, mientras señalaba hacia un rincón en el que había depositado poco antes, y con disimulo, la pistola. El cazador vio la pistola, la tomó en sus manos y se dio cuenta al instante de que no había ni una sola bala en el cargador, pero no comprendiendo lo sucedido dejó de hacer acusaciones, y Rusty retomó su faena diaria con satisfacción.
Desde el día de los disparos ningún macho rondó a su hembra, y si ocasionalmente alguno se acercaba, Rusty extendía una de sus manos, con un dedo dirigido al intruso y gritaba: ¡Pum, Pum, Pum! y con ese simple gesto, y sus gritos, le hacía huir.
Rusty fue aceptado como el Jefe de su tribu debido al gran poder que había exhibido y que al parecer nunca le abandonaba.
Por fin, después de tantos años, fue feliz al considerarse importante en su propia tribu, pero el mono que en Boston se hizo llamar, un día ya lejano, como Rusty Crawford, sabía que todo se lo debía a su portentosa inteligencia.
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