Saturday, March 18, 2006

R. M.: Un paseo con Ángela


Aquella mañana, recién comenzada la primavera, me desperté de excelente humor. Salí a la terraza y decidí dar un paseo.

Llamé a Ángela. Ángela era rebelde y no le gustaba aceptar órdenes de nadie; ni siquiera de mí. Claro que, aunque no le gustase, no tenía más remedio que obedecer. Yo alimentaba a Ángela y recibía todos mis cuidados. Gracias a ellos podía disfrutar de un confortable techo donde cobijarse y poder llevar una vida enteramente regalada.

La mañana era tan espléndida que invitaba a variar la rutina de los grises días anteriores. Le hice un ademán pero prefirió ignorarme.

Ángela, cuando decidía ser rebelde, me sacaba de mis casillas. Lo sabía perfectamente, pero ella era así, era su forma de rebelarse. Quizá, en el fondo, le agradaba desafiarme para que entonces yo le demostrase mi cólera y, finalmente, arrepintiéndome de haberle maltratado, le colmase de caricias y pusiese más atención en sus cosas.

Ángela tenía una estampa preciosa. Su estilizado y bellísimo cuerpo, pleno de exuberantes encantos, era como un hermoso sueño y atraía todas las miradas y todas las envidias. Sus plumas azules, de brillantes y cambiantes tonos según de dónde recibiese la luz, eran la admiración de cualquiera que pudiese contemplar sus evoluciones.

Cuando llamé de nuevo, esta vez en voz alta y algo enojado, cambió de actitud viniendo rápidamente a mi lado, agachándose ante mi. Me extrañó; esperaba su acostumbrado desdén, y en lugar de ignorarme como al principio, se mostró solícita y amable.

Dime, Ángela, le pregunté mientras subía encima de ella, ¿Cómo estás hoy? Te encuentro algo distinta; ¿estás bien? Naturalmente, yo no esperaba que ella me respondiese, no solía hacerlo. Sin embargo, ese día todo eran sorpresas. Sí, estoy muy bien, me dijo con una voz tan sensual que todas mis terminaciones nerviosas se pusieron de punta. Y añadió con dulzura: ¿Qquieres dar un paseo solamente, o deseas cabalgarme? Deseo cabalgarte dando un paseo, le respondí con voz ardorosa mientras me acoplaba de forma adecuada. Y Ángela, conmigo encima, se lanzó a los aires desde la terraza, volando majestuosamente como solamente ella sabía hacerlo, mientras sus hermosas plumas azules destellaban, lanzando fulgurantes rayos al reflejarse en ellas el dorado sol de la mañana.

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