R. M.: Los caballeros de la mesa redonda
—Chesterton, estoy más que harto de que seamos siempre, y para todo el mundo, los caballeros de la mesa redonda.
—¿Y qué quieres hacerle? Así es la historia.
—¿La historia? Querrás decir la leyenda, y nunca me gustaron las mesas redondas, ya ves. Las encuentro poco... aristocráticas.
—En eso tienes razón, pero a ver, ahora poco podemos hacer.
—Claro que podemos. Mira: cortamos la mesa por los lados y la dejamos a nuestro gusto.
—¿Cortarla por los lados? Quedaría cuadrada, y además, tan pequeña que parecería una mesa camilla. No querrás que seamos para siempre “Los caballeros de la mesa camilla”. Pareceríamos enfermeros... o amigos que se reúnen para tomar el té en una mesita, depende de cómo lo entendiese la gente, y perderíamos todo nuestro “glamour“.
—No, no. No me has comprendido. No digo cortarla por los cuatro lados, sino únicamente por los dos extremos. De ese modo, la mesa quedaría o-v-a-l-a-d-a. ¿Lo entiendes ahora? Quedaría ovalada... ¡y esa sí que sería una mesa aristocrática! ¡La mesa perfecta para unos caballeros como nosotros!
—¡Ah, entonces sí!
—Pues hale, Chesterton, deja la espada a un lado, que te puede estorbar y coge el serrucho, que nos metemos en faena.
—Pos vale.
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