Sunday, March 12, 2006

R. M.: La señorita Dooley


La señorita Dooley montó en cólera cuando advirtió que la señora Duncan había tirado, aunque sin intención de hacerlo, el jarrón de más valor del salón, un jarrón precioso y carísimo que se había hecho añicos al tocar el suelo. La señorita Dooley tenía el genio muy vivo, agriado más bien, como decían de ella los criados. La señorita Dooley llevaba muchos años al servicio de los señores, era el ama de llaves y todos los sirvientes de la mansión estaban bajo su mando.

—¡Señora Duncan! —rugió la señorita Dooley—. ¿Qué debo hacer ahora con usted?

—Pues aguantarse, querida, sólo eso —contestó la señora Duncan, mirándola con buen humor—; para eso soy yo la dueña de esta casa.

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