Doctor Slump: La madre yerma
Todos mis hijos han fallecido. Muchos nacieron muertos, otros sólo respiraron unos minutos. Ya he perdido la cuenta; un par de docenas, creo. Para los últimos ni siquiera había pensado un nombre.
Hay algún mal endémico en mí, una carencia que temo incluso identificar, que prefiero ignorar (como si eso fuese posible), un vacío yermo y seco en las entrañas que sólo arroja cadáveres, abortos de criaturas que quieren volar y están condenadas ya desde su concepción. Y me pregunto si mi empecinamiento, si la ilusión que pongo en cada alumbramiento, la esperanza de que el próximo salga adelante, son los signos de una madre valiente y heroica o sólo los rituales de un criminal. Porque ¿estoy matando a mi hijos o por el contrario les estoy dando una oportunidad de vivir?
Mientras, me consumo viendo cómo a mi alrededor crecen vigorosos e independientes los hijos ajenos, e intento aprender de sus padres, comprender qué nos diferencia, dónde reside el hálito de vida que saben insuflar en ellos y yo no; y en el simple hecho de que tenga que preguntármelo está la respuesta.
Aun así, no dejaré de intentarlo. Y quizás algún día, en vez de enterrar el enésimo fruto, muerto de tristeza, de desánimo, de tristeza, de simpleza, de hastío, de pobreza, de mediocridad, quizás algún día consiga escribir un cuento cuyos personajes estén vivos.
Hay algún mal endémico en mí, una carencia que temo incluso identificar, que prefiero ignorar (como si eso fuese posible), un vacío yermo y seco en las entrañas que sólo arroja cadáveres, abortos de criaturas que quieren volar y están condenadas ya desde su concepción. Y me pregunto si mi empecinamiento, si la ilusión que pongo en cada alumbramiento, la esperanza de que el próximo salga adelante, son los signos de una madre valiente y heroica o sólo los rituales de un criminal. Porque ¿estoy matando a mi hijos o por el contrario les estoy dando una oportunidad de vivir?
Mientras, me consumo viendo cómo a mi alrededor crecen vigorosos e independientes los hijos ajenos, e intento aprender de sus padres, comprender qué nos diferencia, dónde reside el hálito de vida que saben insuflar en ellos y yo no; y en el simple hecho de que tenga que preguntármelo está la respuesta.
Aun así, no dejaré de intentarlo. Y quizás algún día, en vez de enterrar el enésimo fruto, muerto de tristeza, de desánimo, de tristeza, de simpleza, de hastío, de pobreza, de mediocridad, quizás algún día consiga escribir un cuento cuyos personajes estén vivos.
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